En diversas ocasiones y por diversos motivos he querido escribirte una carta para reflexionar contigo sobre el apostolado que realizas como animador de Escuela de Padres de nuestra querida comunidad educativa del Liceo Salvadoreño.
Hoy, que me encuentro haciendo retiro espiritual con mis Hermanos de comunidad, he sentido que me ha llegado el momento y la inspiración, para compartir contigo algunas ideas y consideraciones sobre lo mucho que estás aportando a la familia marista y salvadoreña.
Quiero iniciar tratando de indagar el por qué te ofreciste a engrosar las filas de animadores que por varias décadas han hecho realidad este grandioso proyecto.
Quiero pensar que fue un impulso del Señor que te invitaba a ser obrero en la viña del Señor, para que dieses a otros lo mucho que de El has recibido.
A Zaqueo el Señor le pidió hospedarse en su casa, después de hacerle bajar de la higuera, para un encuentro personal. No sé de dónde el Señor te habrá hecho bajar, como a Zaqueo, pero como él aceptaste la petición directa del Señor, petición a la que has sido fiel.
Como a la mujer samaritana, que Jesús esperaba sentado sobre el pretil del pozo, para pedirle primero agua y ofrecerle a continuación el verdadero agua que calma la sed y da la vida eterna, así el Señor se ha valido de ti para dar de beber del agua de la vida a tanta pareja sedienta de comprensión, de apoyo, de amor, a través de tu entrega en la misión de Escuela de Padres.
Como el buen samaritano has bajado de tu cabalgadura ( léase de tus preocupaciones, negocios, comodidades, ocios…), para atender al herido y curar sus heridas provocadas por la incomprensión, los golpes de la vida, las múltiples crisis que hoy pasa la pareja y la familia actual. Y todo esto lo has venido haciendo desde hace bastantes años, sin recibir más recompensa que la satisfacción interior de haber socorrido a quien lo necesitaba, de echar la mano a quien se hundía en el pesimismo, la frustración o la separación y el divorcio.
Pero como los dos discípulos de Emaús, desalentados, primero por la muerte del Señor, pero revitalizados más tarde al encontrarse con el Resucitado, “al partir el pan”, quiero creer que la fuerza de tu entrega y perseverancia en la misión ha surgido de un encuentro personal con el Señor, como ocurría a los dos caminantes de Emaús.
Tu vida de oración frecuente, tu vida espiritual enriquecida por la lectura habitual de la Palabra de Dios, tu Eucaristía semanal, te han dado fortaleza para perseverar en este llamado que un día sentiste, como Zaqueo, de parte del Señor.
Admiro por tanto tu dedicación plena, tu alto sentido de solidaridad, tu fe puesta en este proyecto de Escuela de Padres.
Celebro tu capacidad de escucha a las dudas, preocupaciones y requerimientos de tu grupo de animados. Valoro la paciencia con que soportas algunas impertinencias de algunos padres, poco afectos al programa.
Pero lo más valioso de tu papel de animador/a es el ejemplo de tu vida y el cariño con que te entregas a tus animados.
Termino esta carta con un símil de la parábola del sembrador:
¡Arrojad la semilla! No os quedéis con ella, que nadie se la dio en propiedad…
¡Arrojad la semilla! Que siempre hay una porción de tierra preparada…
Te llamaron a sembrar, no a cultivar la tierra.
¿Quién labra los corazones, quién ablanda las piedras?
Te mostraron el campo, te dieron la semilla, con un imperativo:
“SAL A SEMBRAR”. Cristo te invita y El te ayudará.
Con especial afecto y gratitud, en nombre de toda la comunidad educativa del Liceo Salvadoreño, Hno. Feliciano Arroyo
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